7/12/13

¿por qué los bebés africanos no lloran?

En esta ocasión os traemos un texto que no tiene que ver con la adopción, trata sobre a crianza, especialmente del trato de los bebes y el llanto en África y el por qué los bebés africanos lloran menos que los bebés europeos. Es una traducción de una texto que puede encontrarse en el blog de J Claire K. Niala. Nos ha parecido interesante compartirlo.
 
La dra. J. Claire K. Niala es una escritora, osteópata y madre que disfruta explorando las diferencias que afortunadamente todavía existen entre las diversas culturas de todo el mundo. Nació en Kenya y creció en Kenya, Costa de Marfil y Reino Unido, hasta volver, ya de adulta a su Kenya natal para criar allí a su hija.
 
Nací y crecí en Kenya y Costa de Marfil. A los quince años me fui a vivir a Reino Unido. Sin embargo, siempre supe que quería criar a mis hijos (cuando los tuviera) en mi casa de Kenya. Y sí, asumí que los iba a tener. Soy una mujer africana moderna, con dos títulos universitarios y la cuarta generación de mujeres trabajadoras, pero, cuando se trata de niños, soy típicamente africana. La realidad es que no estás completa sin ellos, los niños son una bendición y hay que estar loco para evitarlos. En realidad, la cuestión ni siquiera se plantea.
 
Empecé con mi embarazo en el Reino Unido. El deseo de dar a luz en casa era tan fuerte que dejé mis prácticas, mi nuevo negocio y me mudé de casa y de país a los cinco meses de descubrir que estaba embarazada. Hice lo que la mayoría de las madres embarazadas en el Reino Unido hacen - leí vorazmente: "Our Babies, Ourselves" (Nuestros hijos y nosotros), “Parenting Incondicional”, cualquier cosa de Sears – la lista es muy larga (mi abuela me comentó más adelante que los bebés no leen los libros y todo lo que realmente yo necesitaba saber era leer a mi bebé). Todo lo que leía decía que los bebés africanos lloran menos que los bebés europeos. Y estaba intrigada en saber por qué.
 
Cuando volví a casa, observé. Busqué a madres y bebés, y estaban por todas partes, aunque los bebés más pequeños, de menos de seis semanas, estaban principalmente dentro de las casas. Lo primero que noté es que a pesar de estar en todas partes, en realidad es muy difícil ver a un bebé keniata. Por lo general están muy bien envueltos, antes de ser porteados por su madre (a veces el padre). Incluso los bebés mayores que van atados a la espalda están protegidos de la intemperie por una manta grande. Tendrías suerte de ver alguna extremidad, no digamos un ojo o la nariz. La envoltura es como una réplica del vientre materno. Los bebés son literalmente protegidos en un capullo del estrés del mundo exterior en el que están entrando.
 
Mi segunda observación fue de índole cultural. En el Reino Unido, se entiende que los bebés lloran. En Kenia, era todo lo contrario. La norma es que los bebés no lloran. Si lo hacen, hay algo que está terriblemente mal y hay que hacer algo para corregirlo inmediatamente. Mi cuñada inglesa lo resumía así: ”a la gente realmente, no le gusta que los bebés lloren ¿verdad?”
 
Todo tuvo mucho más sentido cuando finalmente di a luz y mi abuela vino de la aldea para visitarnos. Dio la casualidad que mi bebé lloraba mucho. Exasperada y cansada, se me olvidó todo lo que había leído y algunas veces me unía a su llanto también. La solución de mi abuela era simple, “Nyonyo amamántala!“ Esa era su respuesta a cada quejido.

 
Hubo momentos en que se trataba de un pañal mojado, o que la había soltado, o que necesitaba eructar, pero mayormente, lo único que ella quería era estar en el pecho. No importaba si estaba comiendo o simplemente descansando. Yo la porteaba la mayoría del tiempo y dormía (colechaba) con ella, así que esto fue una extensión natural de lo que estábamos haciendo.
 
De repente aprendí el no tan difícil secreto del alegre silencio de los bebés africanos. Era una simbiosis sencilla entre necesidad y conocimiento, que requería la suspensión total de las ideas prefijadas de lo que debería ocurrir y el abrazo de lo que realmente estaba pasando en ese momento. La conclusión fue que mi bebé se alimentaba mucho, mucho más de lo que yo había leído, y al menos cinco veces más que algunos de los programas de alimentación más estrictos que había visto.
 
Sobre los cuatro meses, cuando una gran cantidad de madres urbanas comienzan a introducir los alimentos sólidos como recomiendan algunas guías de alimentación para bebés, mi hija volvió a su estilo de lactancia de bebé recién nacido, mamando cada hora, lo cual fue un shock total. En los últimos cuatro meses, el tiempo entre una toma y otra  había empezazado a espaciarse lentamente. Incluso había comenzado a tratar a pacientes sin que mis senos gotearan o la niñera de mi hija interrumpiera la sesión para hacerme saber que mi hija necesitaba mamar.

 
La mayoría de las madres de mi grupo de mamás y bebés había empezado a introducir arroz para bebés (para alargar las tomas) y todos los profesionales involucrados en la vida de nuestros hijos, pediatras, incluso doulas, decían que era correcto. Decían que las madres necesitaban descansar también, que lo habíamos hecho increíblemente bien por haber amamantado en exclusiva durante cuatro meses, y nos aseguraron que nuestros bebés estarían bien. Algo no me sonaba real e incluso cuando trataba, con poco entusiasmo, de mezclar un poco de papaya (la comida tradicional de destete en Kenya), con leche extraída y ofrecérsela a mi hija, ella no tomaba nada.
 
Así que llamé mi abuela. Ella se rio y me preguntó si había estado leyendo libros de nuevo. Con mucho cuidado, me explicó cómo la lactancia materna era cualquier cosa menos lineal.
 

Ella te dirá cuando esté lista para comer, y su cuerpo también lo hará.“
“¿Qué voy a hacer hasta entonces?” Estaba ansiosa por saberlo
“Haz lo que hacías antes, Nyonyo, tienes que ser regular”
 
Así que mi vida se desaceleró a lo que parecía un punto muerto otra vez. Mientras muchas de las madres de mi grupo se maravillaban de cómo sus hijos dormían durante más tiempo ahora que habían introducido el arroz para bebés, e incluso se aventuraban con otros alimentos, yo me despertaba cada una o dos horas con mi hija, y tenía que decirle a mis pacientes que la vuelta al trabajo no iba a ser como había planeado.
 
Pronto me di cuenta de que, inconscientemente, me estaba convirtiendo en un servicio de apoyo informal para otras madres. Mi número de teléfono pasaba de mano en mano y muchas veces, mientras daba de mamar a mi bebé, podía oírme a mí misma diciendo: “Sí, sólo tienes que seguir amamantándola. Sí, incluso aunque acabes de darle de mamar. Sí, posiblemente no seas capaz ni de quitarte el pijama en todo el día. Sí, todavía necesitas comer y beber como un caballo… No, ahora puede que no sea el momento de volver a trabajar si puedes permitírtelo.“ Y, por último, le aseguraba a las madres: ”Va a ser más fácil a partir de ahora.” Yo misma tuve que creerme esto último, aunque para mí, todavía no se había vuelto más fácil.
 
Aproximadamente una semana antes de que mi hija cumpliera cinco meses, viajamos a Reino Unido para una boda y para que conociera a la familia y amigos. Como tenía muy pocas exigencias, podía mantener fácilmente su horario de alimentación. A pesar de las miradas desconcertadas de muchos extraños cuando alimentaba a mi hija en diferentes lugares públicos (la mayoría de las designadas salas de lactancia estaban en baños que yo no habría utilizado para mí misma), nosotras seguimos adelante.
 
En la boda, la gente de la mesa donde nos sentamos señalaba: “Es un bebé muy tranquilo, aunque come mucho”. Yo guardaba silencio. Otra mujer comentó, “Leí en algún sitio que los bebés africanos no lloran mucho”. No pude evitar reírme.


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